“Para solucionar un problema, primero hay que entenderlo”
Ex oncólogo pediátrico, el Dr. Alberto Martí Bosch dictó en el III
Congreso Internacional sobre Tratamientos Complementarios y Alternativos
en Cáncer que acaba de celebrarse, una magistral ponencia en la que
situó como elementos fundamentales -no únicos- del tratamiento de
cualquier enfermedad -cáncer incluido- una alimentación cuya base sean
las verduras y las frutas, una dieta hiposódica, una desintoxicación
profunda del organismo usando básicamente infusiones de hierbas y baños
calientes con sal marina; tratamiento que aún se puede complementar con
otras terapias dependiendo de cada situación particular. Hemos hablado
de ello con él.
Los seres humanos afrontamos desde hace unas
décadas las llamadas “enfermedades” como una auténtica guerra que hay
que librar contra sus “responsables”, agresores externos (bacterias,
virus, hongos, parásitos, priones…) a los que hay que combatir.
Y por
eso los médicos utilizan hoy un lenguaje eminentemente bélico y hablan
de “librar combates”, de hacer la “guerra a la enfermedad”, de “enemigos
a combatir”, de “ataques” -sistémicos o localizados-, de “victorias” y
“derrotas. Y por razones obvias otro tanto pasa con el lenguaje con el
que se describen las técnicas “médicas” –por eso hablan de cortar,
quemar, destruir, bloquear, eliminar…- así como de las ”armas” para
hacerlo, cuyo conjunto se define de hecho como “arsenal” terapéutico.
Incluso en el ámbito del cáncer porque también los tumores se ven como
algo patógeno, como la causa del descontrol de un grupo de células
anárquicas que amenazan con extenderse por el resto del organismo hasta
ocasionar su destrucción –reminiscencia de quienes aún defienden que hay
que mantener el control social a toda costa y no permitir la anarquía-,
“amenaza” que justifica pues el uso de todo tipo de acciones bélicas de
carácter agresivo aunque por ello haya “víctimas colaterales” (las
células “sanas”).
¿Y a dónde nos ha llevado esta visión de la
“falta de salud”? A no saber curar prácticamente ninguna de las llamadas
“enfermedades”. Quizás porque en realidad ni existan ni haya “enemigos
que combatir”. Por otra parte, aún si fuera así, si éstos existieran, la
táctica de agredir nuestro propio organismo con el absurdo argumento de
que así lo ayudamos, es sencillamente estúpido.
Entre quienes
así lo piensan hoy está el doctor Alberto Martí Bosch, quien tras
compartir durante algún tiempo la filosofía dominante entre la clase
médica llegó un día a la conclusión de que lo mejor que puede hacerse
ante cualquier proceso patológico es ayudar al organismo a que afronte
por sí mismo el problema, potenciando su sistema inmune y llevándolo a
un estado de equilibrio y armonía idóneos mediante una desintoxicación
profunda y una adecuada nutrición.
Aunque no renuncie, cuando entiende
que hace falta, a combatir los tumores que crecen y ponen en peligro la
vida -por impedir en un momento dado el correcto funcionamiento de un
órgano- con tácticas más inteligentes y menos agresivas. ¿Cómo?
Aplicando a la Medicina la Poliorcética o arte del asedio.
Díganos, doctor, ¿cómo es posible pasar de la práctica de la Oncología
pediátrica a la práctica de la Medicina Natural teniendo en cuenta las
enormes diferencias que ambas mantienen sobre el abordaje del cáncer?
Bueno, yo diría que la Medicina Natural no se lleva mal con la
Oncología sino que son determinados sectores los que andan enfrentados.
Yo he estudiado y trabajado en la medicina académica. Pero esta medicina
que estoy practicando hoy es tan académica como la que me enseñaron en
la facultad. Es cierto que es un tipo de medicina que no me enseñaron en
la universidad porque se ha preferido ignorarla, pero está ahí y por
eso la he podido aprender. Luego, ¿qué me hizo pasar de una medicina a
otra?
Cuando estás en una planta de hospital viendo a diario a niños
tratados con quimioterapia vomitando y pidiéndote a gritos que no les
pongas la quimio, que la rechazan de plano por lo mal que se encuentran
después, y te imploran “Por favor, Alberto no me hagas esto” llega un
momento en el que te planteas qué estás haciendo realmente con ese niño.
Si tu intención es que vaya mejor, si quieres ayudarle a superar una
leucemia, un linfoma o un sarcoma pero te das cuenta de que le estás
sometiendo a un sufrimiento enorme empiezas a buscar la mejor manera de
conseguir que ese niño sufra menos obteniendo el máximo beneficio
posible del tratamiento que se le está aplicando. Y eso fue lo que me
llevó a indagar en los campos de la Medicina Natural, saber de qué
manera podría ayudar al paciente oncológico a mejorar sin interferir con
el tratamiento propuesto en el ámbito de la medicina académica, la que
te enseñan en la facultad cuando tienes 20 años.
¿Se compensaba al menos el sufrimiento de los niños con los resultados?
Los resultados que obteníamos eran muy desalentadores. Estoy hablando
de hace 30 años, de cuando acabé la carrera. El índice de mortalidad y
el índice de sufrimiento del paciente sometido a tratamientos de
quimioterapia eran muy elevados. Todos los miembros del equipo llegamos a
tener crisis personales. Veías cómo la gente que estaba contigo
(compañeros, enfermeras, auxiliares…) terminaban deprimiéndose pronto,
tiraban la toalla y se iban. Otros nos quedamos pensando que cuando no
hay nada que hacer es precisamente cuando más hay que hacer porque es
obligado empezar a buscar. Si con lo que hago no obtengo buenos
resultados, me decía, debo encontrar algo nuevo. Esa inquietud es la que
te lleva a avanzar.
Y eso es lo que ha hecho que a lo largo de
más de dos décadas haya ido desarrollando una propuesta de tratamiento
holístico, integral, con el que sabemos que -sobre todo en el último
año- está consiguiendo muy buenos resultados.
Lo he dicho
siempre y lo repito: yo no curo a nadie. Lo que hago es dar al paciente
una guía que le ayude a llegar a buen puerto. Eso sí, es verdad que con
el tiempo lo que inicialmente era un mero proyecto de trabajo dedicado a
ayudar al paciente a que tolerase mejor la quimioterapia y a conseguir
potenciar sus efectos, terminó derivando en una vía para provocar la
apoptosis celular y conseguir que la célula cancerosa muera por sí
misma.
Y cada vez con más frecuencia veo casos en los que los pacientes
alcanzan resultados sorprendentes, pacientes cuya enfermedad -como
dirían mis colegas convencionales para justificar mis resultados-
“remite espontáneamente”. Así que yo, irónicamente, les digo que sí, que
espontáneamente… pero con mucho trabajo. A Dios rogando y con el mazo
dando. Porque hablamos de pacientes muy disciplinados, muy motivados y
mentalizados en que van a salir adelante por lo que trabajan en su
proceso patológico mucho y bien.
El caso que presenté como ejemplo el 1
de noviembre pasado durante el III Congreso Internacional sobre
Tratamientos Complementarios y Alternativos en Cáncer que se celebró en
Madrid bajo los auspicios de la World Association for Cancer Research
(WACR) y Discovery DSALUD, es el caso más reciente, más espectacular,
pero he tenido otros.
Aunque no podamos aún hablar de curación porque
todavía estamos en fases iniciales ya que hasta que el paciente no lleve
diez años sin haber recaído no puede considerarse “curado”. Lo que sí
tengo claro es que el cáncer debe tratarse de forma holística.
Pues ese caso, especialmente significativo, impactó al público. ¿Puede resumirlo para nuestros lectores?
Bueno, es el caso de una mujer de 31 años que acudió a mi consulta
después de haber dado a luz. Le habían detectado un tumor cerebral en la
34ª semana de embarazo y tras practicársele antes una cesárea para que
diera a luz se le extirpó luego el tumor que estaba situado en la zona
parietal derecha.
Sin embargo al hacerle una revisión general posterior
se le detectaron metástasis pulmonares, hepáticas, óseas y musculares,
teniendo afectada toda la cadena ganglionar, tanto torácica como
abdominal. En suma, estaba “invadida”. Así que dado su estado el equipo
médico que la atendía -creo que con buen criterio- decidió no aplicar ni
quimio ni radio porque el sufrimiento que le hubieran provocado no
justificaba el posible beneficio que pudiera obtenerse.
Y en esas
condiciones llegó a mi consulta. Le habían dado una esperanza de vida de
unos dos meses. Obviamente mi primer pensamiento fue intentar
proporcionarle la mejor calidad de vida durante el máximo tiempo
posible. Pero no por eso renuncié a intentar algo más. De hecho no sólo
le sugerí algunos tratamientos paliativos sino que paralelamente puse en
marcha métodos terapéuticos que sabía podrían ayudar a que las lesiones
tumorales remitieran.
En suma, seguí los protocolos de medicina
biológica que he desarrollado poniéndola inmediatamente a dieta a la vez
que desintoxicábamos y alcalinizábamos su organismo y me aseguraba de
que no carecía de ningún nutriente mediante el adecuado tratamiento
ortomolecular. Asimismo potencié sus defensas con Renoven –antiguo
Bio-Bac- y apoyé todo con los protocolos de los doctores Banerji.
Y ¡oh
sorpresa! a los dos meses y medio de tratamiento los residuos tumorales
cerebrales posteriores a la intervención quirúrgica habían desaparecido
lo mismo que las lesiones pulmonares y hepáticas, mientras la afectación
en los ganglios había remitido y las lesiones musculares y óseas habían
experimentado una remisión del 50%. Obviamente su calidad de vida
mejoró mucho y por ende su esperanza de vida. Y todo esto y en tan poco
tiempo ¡con un simple tratamiento de Medicina Natural!
Es verdad que se
trata de un caso sorprendente, de los pocos que uno puede ver, pero
también lo es que se trataba de alguien que previamente ¡no había sido
sometida a ninguna terapia convencional! No había recibido ni quimio ni
radioterapia. Y eso a la hora de salir adelante es fundamental, porque
cuando se trata de personas que no vienen con el organismo envenenado o
quemado y las defensas bajas es todo más sencillo. El problema es que
hoy este tipo de pacientes es poco habitual.
Cada vez atendemos a más
personas que ya han hecho el recorrido completo -cirugía, radio y
quimio- y vienen un poco con la actitud ésa de “perdidos al río”. Es
decir, a la mayoría ya les han dicho en el hospital que no hay nada que
hacer, que no tiene sentido darles más quimio o radio. Llegan
desahuciados. Y claro, vienen encima dudando sobre lo que puede hacer la
Medicina Natural cuando nada ha logrado con ellos la medicina
convencional en la que creen. En suma, casi todos llegan como perdidos.
Lo singular es que a pesar de eso muchas veces logramos que remonten,
que superen el cáncer, pero como han pasado por la radioterapia y la
quimioterapia algunos se quedan con la duda de si no habrá sido un
efecto retardado de éstas, de si su recuperación se debió a nuestro
tratamiento, al convencional o a la sinergia de ambos. ¡Siguen dudando a
pesar de que sus oncólogos los habían desahuciado! Por eso son tan
importantes casos como el de la joven que he resumido antes y narré en
el congreso -completamente documentado- ya que confirma que nuestro
tratamiento, por sí sólo, funciona.
¿Cuáles son las bases de su protocolo?
A los oncólogos, a la hora de tratar el cáncer, se nos ha enseñado una
medicina que se basa en destruir las células tumorales en lugar de
intentar restaurar las rutas metabólicas que son las que han sido
dañadas y finalmente llevan al desarrollo del tumor. Y lo que se trata
es de entender que si modificamos el “terreno” es posible hasta revertir
la evolución de las células tumorales o provocar su suicidio o
apoptosis. Se nos dice que cuando aparece un tumor lo primero que hay
que hacer, si se puede, es “cortarle la cabeza”; es decir, usar la
cirugía.
Y en caso de no poderse se plantea entonces la radioterapia; es
decir, achicharrar al tumor, “enviarlo a la hoguera”; bueno, más bien
llevar la hoguera hasta él. La otra opción sería la quimioterapia, es
decir, “envenenarlo”. Y se añade gratuitamente que si todo eso falla no
se puede hacer nada más. En suma, al oncólogo moderno se le sugiere que
puede “cortar, quemar o envenenar”, acciones más propias del siglo XII
que de un sofisticado siglo XXI. Realmente patético.
Es verdad que a
veces hay que afrontar el problema de tener que eliminar un tumor porque
su crecimiento puede poner en riesgo el funcionamiento de un órgano
vital, pero en tal caso lo inteligente es seguir una cuarta vía de
carácter igualmente bélico cuyo origen, puestos a jugar con las
comparaciones metafóricas, también podríamos encontrar en el siglo XII y
en los anteriores, pero que es mucho menos agresiva.
Porque, ¿qué se
hacía en la antigüedad ante una ciudad que se quería conquistar y era
difícil de batir? Asediarla. Dejarla sin agua ni comida cortando sus
rutas de abastecimiento y modificando el entorno para que nadie pudiera
entrar o salir.
Y luego sentarse a esperar o reforzar el asedio con
máquinas y herramientas de asalto. El asedio ha funcionado toda la vida
así que se me ocurrió la idea de incorporar ese sistema a la lucha
contra el cáncer, para lo cual era imprescindible entender las
condiciones de supervivencia de la célula tumoral frente a la célula
sana.
Hoy sabemos que la célula sana vive en un medio alcalino rico en
oxígeno, usa muy poco sodio para vivir y utiliza proteínas levógiras
-con giro a la izquierda- que son estables en él. Por el contrario, el
paciente que desarrolla un proceso oncológico entra en acidosis
metabólica -es decir, el terreno se acidifica- y hay entonces escasez de
oxígeno –a eso le llamamos hipoxia– lo cual obliga a las células sanas a
mutar si no quieren morir. Verá, las células sanas consiguen su energía
por oxidación; es decir, gracias al oxígeno generan Adenosin Trifosfato
o ATP -por sus siglas en inglés- que es la molécula base de la energía
celular.
Pero cuando el terreno se acidifica y el oxígeno escasea sólo
tiene una alternativa si no quiere morir: encontrar otra manera de
obtener energía. Y esa posibilidad existe y la explica el llamado Ciclo
de Krebs. Sencillamente en lugar de oxígeno el cuerpo utiliza ácido
pirúvico mediante un fenómeno conocido como glicolisis que le permite
obtener moléculas de ATP, pero que generando también ácido láctico y
alcohol como residuos. Se trata pues de una ruta anaeróbica -sin aire-
para sobrevivir.
Es decir, la célula sana aeróbica que vive en terreno
alcalino se vuelve anaeróbica, pero en un entorno tan ácido que para
poder soportarlo tiene que alcalinizar su núcleo, su citoplasma, para lo
cual se carga de sodio de un modo desmesurado. Y asimismo utiliza para
alimentarse proteínas dextrógiras en lugar de levógiras ya que las
mismas viven en medios ácidos.
En suma, todo tumor vive en un medio
ácido pobre en oxígeno, cargado de sodio, y alimentándose de proteínas
dextrógiras. Luego si queremos neutralizarlo sin atacarlo, ¿qué habrá
que hacer? Pues usar la táctica del asedio. Y para ello hay primero que
desacidificar el terreno alcalinizando al paciente. Lo que se logra
erradicando los ácidos que se han acumulado en el organismo. En este
ámbito es por eso clave la alimentación -hay que eliminar de la dieta
todo lo que acidifica y eso incluye el alcohol, el café, el tabaco, el
azúcar, los lácteos, los hidratos de carbono refinados, la carne roja- y
tomar periódicamente baños de agua caliente con sal marina.
En segundo
lugar debe seguirse una dieta hiposódica, es decir muy baja en sodio o
sal. Nunca he entendido que se le prohíba la sal a un hipertenso o a
alguien que tiene mal el riñón o el corazón, y no se le sugiera lo mismo
a un enfermo de cáncer.
Tercero, es preciso aportar al sistema enzimas
proteolíticas de acción selectiva, enzimas con capacidad para eliminar
las proteínas dextrógiras dejando intactas las levógiras. Y aquí hay que
recordar el extraordinario trabajo de D. Fernando Chacón, creador del
Bio Bac, producto que logra exactamente eso.
En suma, si eliminamos las
proteínas dextrógiras dejando a las células tumorales sin comida,
hacemos una dieta hiposódica -sin sodio las células cancerosas no pueden
mantener la estabilidad de la membrana y el citoplasma- y reducimos el
nivel de ácidos, el medio se vuelve alcalino y rico en oxígeno.
Y el
oxígeno es tóxico para la célula tumoral anaeróbica. En definitiva, para
que las células cancerosas mueran basta modificar su entorno porque no
sobreviven en terrenos alcalinos y oxigenados. Da un resultado
excelente. Por eso cada vez son más abundantes los casos de remisiones
entre los enfermos de cáncer que siguen este protocolo.
¿La dieta es pues el primer elemento clave en toda estrategia curativa?
Siempre nos habían aconsejado no comer carne los viernes y muchas
tradiciones reclaman la práctica del ayuno -al menos un día a la semana-
pero nadie nos ha explicado claramente por qué. Sin embargo ya Galeno
entendió la necesidad de depurar el cuerpo, bien a través del ayuno,
bien siguiendo dietas vegetarianas. Las curas a base de limón, cebollas o
uvas vienen de la época de los romanos. Y como el 90-95% de las frutas y
verduras es básicamente agua, quien se alimenta un tiempo sólo con
ellas limpia los órganos encargados de filtrar la sangre de los residuos
metabólicos y tóxicos, es decir, los pulmones, los riñones y el hígado.
Filtros que si se obstruyen llevan al organismo a intoxicarse y
acidificarse. A todo el mundo se le explica que cuando el filtro del
coche está sucio hay que cambiarlo, pero a nadie se le dice que cuando
los filtros del cuerpo están sucios hay que limpiarlos. Pues bien,
ayunar o hacer una dieta vegetariana cada cierto tiempo ayuda a limpiar
los filtros y a mantener el organismo en un entorno alcalino.
Obviamente
si a la dieta se le agrega la ingesta de determinadas plantas -las hay
específicas para cada órgano- mejoramos aún más la limpieza. Porque hay
plantas que limpian los pulmones (tomillo, gordolobo, llantén), plantas
que limpian el hígado (alcachofera, cardo mariano, diente de león,
boldo, desmodium) y plantas que limpian el riñón (té verde, cola de
caballo, arenaria).
Así que podemos coger tomillo, alcachofera y té
verde, por ejemplo, y obtener un remedio para limpiar a la vez los tres
órganos. En pocas palabras, podemos eliminar ácidos a través del hígado,
de los pulmones y de los riñones así como a través de la piel con baños
de agua caliente con sal marina gracias a la ósmosis. Y conseguir la
deseada alcalinización.
¿Sugiere usted a todos sus pacientes que eliminen de su dieta la carne?
La OMS explicó ya en 1985 que la dieta ideal debe contener un 85% de
proteínas vegetales y sólo un 15% de origen animal. Y nosotros estamos
comiendo proteínas animales muy por encima de ese porcentaje. Mucha
gente ignora que una dieta excesivamente proteica acidifica.
También
tengo que decir que es un error comer huevos por la noche, práctica muy
habitual. El huevo tiene una gran carga grasa y una alta cantidad de
albúmina. Nosotros recomendamos ingerir por ello sólo dos o tres a la
semana y lo hacemos coincidir con el día vegetariano.
Pueden pues
tomarse en el desayuno o en la comida aunque nunca en la cena. En
definitiva, la dieta debe ser especialmente suave por las noches:
verduras, fruta, arroz o, simplemente, una ensalada.
La clave está
en el hígado, porque para que éste pueda llevar adelante la digestión
necesita la presencia de una hormona -el cortisol- que sólo se encuentra
en sangre cuando hay sol.
Y como nuestros hábitos sociales nos hacen
cenar cuando éste se ha ocultado -y por tanto, cuando su nivel en sangre
es muy pobre- hacer una cena copiosa obliga a una digestión muy pesada.
Y si se logra es gracias a que el hígado recibe de la glándula
suprarrenal una hormona alternativa, la adrenalina -u hormona del
estrés-, que ésa sí está disponible las 24 horas.
Por eso después de una
cena pesada es tan habitual que uno tarde en dormirse o se vaya a la
cama con el corazón acelerado. Además hay que tener en cuenta los ritmos
circadianos: de día el hígado se encarga de asimilar las proteínas que
ingerimos pero de noche su función es básicamente drenar bilis. Y es el
cortisol el que determina la inversión de trabajo para que de ser un
órgano asimilador pase a ser un órgano drenador.
Así que si estresamos
el hígado todos los días haciéndole asimilar cuando debiera estar
drenando, éste no va a eliminar luego adecuadamente los residuos
metabólicos, con lo que al final se resiente.
Se lo digo siempre a los
pacientes: el problema con la alimentación no está normalmente tanto en
lo que comemos como en los desechos que no eliminamos. Cuando el cuerpo
no puede drenar las toxinas las va reteniendo y nos vamos
autointoxicando, acidificándonos, abonando con ácidos el terreno para un
posible asentamiento tumoral.
El segundo pilar básico de su
protocolo para una buena desintoxicación y alcalinización son los baños
de agua caliente con sal marina. ¿Puede explicarlo con más detalle?
En un principio me planteé seriamente cómo conseguir un sistema
terapéutico eficaz y simple para ayudar al paciente, porque éste ya
tiene bastantes problemas con su enfermedad para que nosotros le
generemos más. Y a ello me ayudaron los trabajos de la doctora Josefina
San Martín Bacaicoa -catedrática de Hidrología Médica en la Universidad
Complutense de Madrid- y de Schneider, sobre el mundo del termalismo.
Con ellos comencé a comprender que los baños termales son una
excelente solución terapéutica. ¿Por qué son útiles los balnearios?
Porque sus aguas son minerales y termales. Es decir, se trata de agua
caliente que contiene cloruro sódico y cloruro potásico en una
concentración superior a 20 gramos por litro. Y es agua salina en una
concentración superior a la del mar y a la de nuestro plasma ya que éste
tiene 9,4 gramos de sal por litro y la de los balnearios anda por los
20 gramos por litro.
Pues bien, cuando uno se sumerge en un lugar donde
el agua está caliente enseguida se le dilatan los poros de la piel. Pero
como además está muy salada y nuestros cuerpos son en un 70%-80% agua,
resulta que al meternos en ella se produce el fenómeno que conocemos
como ósmosis, de forma que el agua de nuestro cuerpo sale arrastrando
toda clase de toxinas y sales minerales a través de los poros hacia el
exterior. Con lo que también la sal sale fuera del núcleo de las células
y éstas se alcalinizan.
Esto me hizo entender el concepto de las “sales
de baño”. Siempre me pregunté qué sentido tenía echar sal al baño.
Entonces lo entendí. Bueno, pues las bañeras que la mayoría tenemos en
el hogar pueden convertirse en balnearios caseros de alto rendimiento y
bajo costo. De hecho ¿quiénes fueron los primeros que tuvieron bañera en
casa? La gente de clase acomodada. Piénsese que en los años 40 del
pasado siglo XX la gente pobre no tenía ni baño. Quienes iban a los
balnearios pertenecían a la clase acomodada porque un balneario ni era
ni es barato.
Una estancia de un mes puede costar más de 3.000 euros en
la actualidad. Algo que ni un rico paga con gusto ya que éste suele ser
alguien que lo que busca es cómo obtener lo que quiere sin pagar por
ello. Así que cuando los ricos se dieron cuenta de que los balnearios
curan -aunque ignoraran por qué- se decidieron a estudiar cómo tener
alguno siempre a su disposición pero sin pagar tanto por ello. Entonces
les contaron que el agua de los balnearios cura porque sus aguas son
termales. A lo que el rico responde: “¡Que me pongan una terma en casa”.
Es que las aguas de balneario son minerales, les dicen luego. Y
entonces preguntan qué minerales llevan, hablan con algún químico y éste
les explica que en las aguas de balneario hay 20 gramos de sales por
litro de agua. Así que los ricos, aleccionados, encargan bañeras
sabiendo que deben llenarlas hasta la mitad -para que haya unos 100
litros de agua- y luego agreguen dos kilos de sal marina.
De esa forma
la proporción de sal será también de 20 gramos por litro. Y ya tienen un
gradiente osmótico. Resumiendo, las bañeras caseras son en realidad
artilugios terapéuticos muy eficaces que nadie nos ha enseñado a
utilizar. Porque cuando el agua caliente dilata los poros de la piel y
éstos se abren el organismo transpira eliminando anhídrido carbónico
(CO2) a la vez que expulsa grasas, amoníaco y ácido úrico.
Y todas esas
fracciones ácidas que eliminamos a través de la piel en la bañera ya no
necesitan ser desechadas por los pulmones, los riñones y el hígado con
lo que les evitamos que tengan que filtrarlas ellos. Basta en suma agua
caliente –no hace falta que queme- y dos kilos de sal marina en la
bañera para configurar un mecanismo sencillo de alcalinización rápida
–media hora de baño diario bastan- a disposición de cualquiera. Y
barato. Tales baños suponen una diálisis percutánea, una especie de
pulmones, riñones e hígado artificiales de alto rendimiento y bajo coste
que casi nadie usa porque no se lo han explicado.
Bueno, no
todo el mundo -y pienso especialmente en las personas mayores- se puede
permitir entrar y salir de la bañera todos los días.
Siempre
hay alternativas. A la gente mayor que no puede o debe entrar en la
bañera para evitar riesgos mayores le digo simplemente que no se meta.
Basta que se siente en una silla, coja un barreño pequeño donde quepan
unos diez litros, eche en él agua caliente y un cuarto de kilo de sal
marina para mantener la proporción de la que hablábamos y lo disfrute.
Es verdad que la superficie corporal expuesta es menor pero tres baños
de pies al día equivalen a un baño completo. Puede hacer por tanto diez
minutos por la mañana, diez al mediodía y diez por la tarde-noche. Y
respecto a la temperatura siempre les digo a los pacientes que deben
sentirse a gusto. Hay personas a las que les va bien 25 grados y otras a
las que les van 30. Con 30 grados a la sombra ya se suda… y la cuestión
es sudar.
Redescubramos a Galeno, o si se quiere, a nuestras abuelas
que curaban siempre con cuatro elementos. Lo primero que hacían nuestras
abuelas en cuánto decías ¡ay! -y daba igual lo que te ocurriera- era
prepararte una lavativa. Y luego nos daban un caldo de pollo o gallina, o
un caldo de verduras, o una compota de manzana o pera, o un arroz
caldoso, y con eso -la lavativa y el caldo- ya tenían su cura de aguas.
El tercer pilar que proponían era una buena sudada.
Todo lo arreglaban
con una buena sudada. Cuando las abuelas no tenían bañera -lo comprobé
cuando ejercí la medicina rural en la comarca de la Segarra en
Barcelona- ponían agua a hervir, llenaban botellas de cristal con el
líquido a 70-80º, las envolvían con toallas -para que el cristal no
quemara la piel- y colocaban luego tres botellas a cada lado del enfermo
añadiendo cuatro mantas encima. ¡Y no veas tú qué sudada! Bueno,
también usaban hierbas medicinales porque a diferencia de la generación
actual conocían bien sus propiedades terapéuticas.
¿Cuál es el fin primordial de una lavativa?
Desintoxicarse, y por tanto, proteger el hígado. Un colon tóxico a
quien más afecta es al hígado. Y voy a explicarlo de una forma muy
expresiva: al lado de cada inodoro hay en todas las casas una escobilla
porque la suciedad se pega y cuando activas la cisterna los restos
fecales quedan a menudo adheridos.
Bueno, pues en nuestro intestino pasa
lo mismo: por él transitan todos los días restos fecales y siempre
quedan restos adheridos a la mucosa. Al punto de que con el tiempo puede
llegar a formarse una auténtica carcasa de restos fecales pegados a la
mucosa intestinal. Lo sabemos pero no lo valoramos. Y sin embargo tiene
mucha importancia. Una de las funciones primarias del colon es recuperar
el agua de la digestión y cursar el bolo fecal en estado sólido.
Para
hacer la digestión utilizamos de hecho casi cinco litros de agua que
obtenemos con la que ingerimos al beber pero también con el agua
presente en la comida -especialmente en frutas y verduras ya que en un
90-95% son agua- y en los jugos gástricos (hasta dos litros y medio).
Todo ello sirve para hacer una gran sopa, emulsionar las grasas y
micronizar los minerales y oligoelementos para que el intestino delgado
lo absorba luego todo.
Lo que llega pues al colon son sólo los restos no
nutritivos, los restos fecales, si bien el organismo -que todo lo
aprovecha- recupera el agua deshidratando para ello el bolo fecal. Y esa
agua que se absorbe en el colon va a la sangre; es más, va primero
directamente al hígado. Luego, si nosotros no hacemos una limpieza
periódica del colon cada vez que éste recupera agua, ésta tiene que
atravesar la carcasa de restos fecales antes de llegar a la mucosa,
atravesarla y llegar al hígado y posteriormente a la sangre. Con lo que
acabamos llevando a ésta una auténtica infusión de aguas fecales.
En
otras palabras, cuando el colon está muy sucio nos intoxicamos
inevitablemente. Así que uno debe plantearse hacerse una limpieza de
colon cada cierto tiempo. Si se puede, una buena hidroterapia de colon.
Si económicamente no se puede, mediante la lavativa de toda la vida.
Muchas veces lo que yo sugiero a mis pacientes es combinar la ingesta de
aloe vera con la lavativa. La idea es que el enfermo ingiera durante
una semana zumo de aloe vera para ayudar a desprender los restos
adheridos y luego se aplique la lavativa. Basta entonces meterse un par
de litros de agua templada/caliente para que el colon quede limpio.
¿Cree usted que ha cambiado algo la mentalidad de los oncólogos respecto de la medicina natural en los últimos años?
Poco a poco… pero sí. Puedo decirle que hay ya bastantes oncólogos y
radiólogos de distintos lugares de España que llevan tiempo enviándome
pacientes para que les desintoxique porque reconocen abiertamente que
haciéndolo sus tratamientos van mejor.
Otra cosa es que lo pidan aún con
la boca pequeña y que su petición siempre vaya acompañada de la
coletilla “Mira, Alberto, esto que se quede entre nosotros”. Pero la
apertura es cada vez mayor. Claro que hay una especie de run-run entre
los pacientes en las salas de espera sobre la eficacia de lo que hacemos
y al final todo se sabe.
Bueno, no es menos cierto que quienes más
pacientes nos mandan son los enfermeros/as porque también son quienes
tienen más contacto directo con los pacientes. Como es cierto que cada
vez más médicos entienden que la Medicina Biológica o Naturista no es
una “medicina complementaria” ni una “medicina de confrontación”. Es
simplemente Medicina. Fuente
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