Médicos de las más diversas especialidades constatan en su día a día la
relación entre los comportamientos del paciente y la rapidez de
respuesta al tratamiento e incluso la propia curación.
Sin embargo, la
ciencia no ha dado aún con el factor que explique el porqué
Portada del suplemento Estilos de vida del sábado 19 de marzo de 2010
“En
los años que llevo ejerciendo, he conocido a diversos enfermos de
cáncer que se han recuperado por completo tras un diagnóstico terminal,
personas que a priori tenían unos pocos meses de vida por delante. No
creo que fueran casos milagrosos; a mi entender, estos fenómenos
demuestran que la mente puede ir más allá, más hondo y cambiar los
esquemas fundamentales que diseñan el cuerpo.
Puede borrar los errores
del programa, por decirlo de alguna forma, y acabar con cualquier
enfermedad, ya sea cáncer, diabetes, enfermedades coronarias o cualquier
trastorno que haya desordenado el esquema general”.
Al menos esto es lo
que afirma Deepak Chopra, médico y neuroendocrinólogo, quien ha estado
indagando desde hace años hasta qué punto inciden las actitudes y las
emociones en el proceso de la curación de cualquier enfermedad.
Hay más
expertos, sean médicos de atención primaria, endocrinólogos, neurólogos,
biólogos y un largo etcétera, que se preguntan e indagan si las
emociones influyen en el proceso curativo de una persona, si son
determinantes o no y si eso sucede tanto en enfermedades leves como en
las más graves.
Incluso quienes trabajan en las salas de
urgencia de los hospitales se preguntan qué hace que una persona llegue a
morir o a sobrevivir. David Spain, jefe de traumatología y cirugía de
cuidados intensivos y profesor en la Escuela Médica de la Universidad de
Stanford afirma que hay tres factores que inciden en la supervivencia
de una persona en urgencias: la genética del individuo, las
circunstancias y los intangibles que llama factor X. “Los factores X no
se pueden medir y si no podemos medirlos solemos ignorarlos.
Por
ejemplo, la personalidad desempeña un papel pequeño pero importante. Un
anciano viejo y cascarrabias que es duro como una piedra a menudo se
recupera mejor que un enclenque llorón. Luchan hasta el final”.
También
dice que como científico sabe que esta generalización es muy poco
aceptable. “Sólo se basa en las evidencias anecdóticas, pero he visto
bastantes casos como para creer que la personalidad ejerce algún tipo de
influencia. Una disposición optimista mejora los índices de
supervivencia en los pacientes”.
No sólo lo dicen en Estados
Unidos. En España la experiencia de los médicos es similar. Por ejemplo,
Maite Angulo, jefa del servicio de traumatología del hospital de
Puigcerdà, no duda que la actitud en el proceso de recuperación es
importante. “No es una hipótesis, es una evidencia que se traduce en
menos estancias hospitalarias o en menos días en recuperar el mismo
rango de movilidad tras una operación.
Ante una misma lesión, el
resultado clínico es mucho mejor en una persona alegre, optimista y que
muestra confianza en lo que se le está practicando, que el de un
paciente pesimista y que desconfía del médico que le atiende. Compruebo
cada semana estas diferencias entre unos pacientes y otros. Por eso,
para mí, es fundamental cómo trato a los pacientes: favorece una
predisposición positiva que redunda en su propio beneficio”.
Manuel
Moreno, licenciado en Medicina y Farmacología de la Universidad de
Pekín, China, añade que la propia intención también entra en el proceso
de curación. “Funcionamos dentro de un sistema de creencias que ayudan
en unos casos a mejorar la salud y en otros a deteriorarla. Esto afirman
estudios que se están realizando en EE.UU. y Alemania”.
Los
deportistas de élite se benefician de estos estudios y también saben que
la actitud es fundamental para recuperarse de las lesiones en el menor
tiempo posible. Hay mucho en juego. Los expertos que los atienden lo han
comprobado. Xavier Budo, director de Nova Elite, un centro de
optimización del rendimiento deportivo y prevención y recuperación de
lesiones, explica que para ellos la actitud y las emociones son factores
con los que también trabajan al tratar una lesión porque los tiempos de
recuperación se acortan de manera sustancial.
También advierte que la
actitud no hace milagros, “pero la predisposición a querer curarse, y
más en deportistas de élite, ayuda al organismo a ser más receptivo a su
recuperación”.
Tampoco es necesario ser un deportista de
élite, que están acostumbrados a entrenar la mente, para tener una
actitud positiva. Carolina Pérez, médico de familia en Málaga, asegura
que la actitud de una persona es fundamental ante cualquier situación de
la vida. “En el caso de un enfermo, la forma de actuar frente a su
estado de enfermedad va a determinar su forma de participar en su
curación. Si tiene una actitud positiva colaborará con su médico para
modificar hábitos de vida y cambiar determinadas pautas mentales que
inciden en su estado emocional y en su inmunidad.
El paciente puede
luchar, huir o paralizarse. Cuando se le comunica a un paciente un
diagnóstico, este escucha palabras médicas que traduce en su mente según
lo que ha escuchado en la tele, o le ha dicho un vecino o un familiar
acerca de esa enfermedad. Dependiendo de la confianza en su médico
decidirá darle más credibilidad a unos u otros y según la capacidad que
tenga para resolver situaciones difíciles se dejará llevar por el miedo o
por su fuerza interior para hacer frente a esa enfermedad.
Si reina el
miedo y la sensación de invalidez, se dispara el mecanismo del distrés
(respuesta insana al estrés) que provoca la liberación en sangre de una
serie de sustancias que, si se perpetúa esa situación, originan un
estado de toxemia química donde la acidez sanguínea, la tristeza, la
desesperanza y la depresión imperan”.
Manuel Moreno recuerda que una
persona que envía un fuerte estímulo a su organismo “puede alterar el
medio extracelular, y sabemos que en un medio ácido es más fácil que se
desarrollen células cancerígenas, por ejemplo”. Carolina Pérez expone el
caso de una paciente suya a la que se le diagnosticó “un cáncer de
tiroides con muy mal pronóstico.
Ella confió en todo el equipo médico y
en que era posible hacerle frente a esa enfermedad. Decidió seguir el
tratamiento oncológico y todas mis indicaciones para mejorar sus hábitos
de vida, alimentación y formas de interpretar la vida. Aprendió a
disfrutar cada momento como si fuera el último, aprendió a expresar sus
emociones y, sobre todo, siempre confió en que era posible sobrevivir a
ese cáncer. Hoy en día me consta que es una mujer muy feliz que contagia
con su alegría a todos los que puede y que se ha curado”.
Cuando
se le pregunta a Fermí Capdevila, coordinador de oncología médica del
hospital de Igualada, comenta que no hay estudios cuantitativos sobre la
incidencia de las actitudes, “pero en el trabajo del día a día he visto
que personas con una buena actitud afrontan mejor algunos tratamientos,
mientras que en los pacientes muy pesimistas se acelera la situación de
deterioro. Yo he visto incluso en pacientes terminales que si sabían
que en unos días venía alguien muy querido, se iban manteniendo, y
después del encuentro se iban para abajo, se ponían mucho peor”.
Esta
interacción entre cuerpo, mente y emociones tiene nombre entre los
investigadores: es la psiconeuroinmunología (otros la llaman
psiconeuroinmunobiología o psiconeuroendocrinología, y más variaciones).
En definitiva, este concepto quiere reflejar la interacción que se
produce entre las actitudes y comportamientos, el sistema nervioso, el
sistema inmunológico y el sistema endocrino, y cómo esta relación afecta
en el desarrollo de enfermedades o en sus procesos curativos.
Avelina
Pérez Bravo, psiquiatra del servicio de psiquiatría del hospital Xeral
de Vigo, explica que durante un tiempo se creyó que el sistema inmune
era un sistema autorregulado. “Ahora sabemos que el sistema nervioso
central desempeña un importante papel en su regulación y existe
reciprocidad en el control del propio cerebro por el sistema inmune”.
También advierte que la red de conexiones que entretejen estos sistemas
“presenta una elevada complejidad, lo que conlleva dificultades
metodológicas en el estudio de sus interacciones, presentando los
hallazgos experimentales una baja homogeneidad y siendo difícil su
replicación”.
Manuel Martín-Loeches, responsable del área de
Neurociencia Cognitiva del Centro Mixto Universidad Complutense de
Madrid-Instituto de Salud Carlos III de Evolución y Comportamiento
Humano, explica que la especie humana “tiene la facultad innata,
inconsciente y automática de ser sensible a las emociones”, le afectan.
Y
dice que tanto es así que incluso le afecta el estado de ánimo de otras
personas.“Hasta las personas más frías y más maquinales siempre tienen
las emociones funcionando, nunca se es insensible. Los experimentos
realizados han demostrado que cuando a un grupo de individuos se les
sometía a cierta información, eran tan vulnerables que sus actos se
veían influidos por esa información”.
Es una interacción que desencadena
reacciones en el organismo. Ángel López Hanrath, experto en medicina
china lo certifica en su praxis diaria. “Entiendo que la actitud es un
elemento más para la curación, sobre todo para acelerarla. Una persona
reticente o que no cree, acostumbra a venir tenso. Esta falta de
relajación, que a veces se puede palpar en los propios músculos,
dificulta el fluir energético. La medicina china se basa en la búsqueda
del equilibrio energético. Si nosotros mismos provocamos bloqueos por
nuestra actitud, todo el trabajo será más complejo”.
Luis
Aliaga, fundador de la clínica del dolor del hospital de San Pau, y
coordinador de la clínica del dolor del Centro Médico Teknon, tiene muy
claro que esa predisposición es fundamental ante el dolor.
Y explica que
las personas más vulnerables, que tienen menos recursos emocionales
para encontrar fuentes de satisfacción, son más sensibles al dolor.
“Además de analgésicos y antiinflamatorios es necesario ganarse la
confianza del paciente, establecer una buena relación médico-paciente,
establecer un buen disgnóstico, aplicar un plan de tratamiento global y
que el paciente tenga un buen apoyo familiar”.
Todos estos
factores son importantes para tratar el dolor y otras dolencias. David
Vinyes, médico y experto en terapia neural, sintetiza los resultados de
algunas investigaciones sobre los efectos de los factores emocionales
sobre el sistema inmune. Por ejemplo, los estudiantes en periodo de
exámenes presentan una disminución de la actividad de las células NK
(natural killer). Son células del sistema inmunitario que son capaces de
reconocer y neutralizar las células que están infectadas.
Si los
estudiantes se sienten solos, la disminución de estas células es mayor y
el sistema de defensa está más vulnerable. Cuando estos mismos
estudiantes han tomado conciencia de su estrés por los exámenes y han
utilizado técnicas para estar más tranquilos, ha vuelto a aumentar la
actividad de las células NK.
Estas alteraciones del sistema
inmunológico no sólo se producen ante un examen. Cualquier situación que
aumente la tensión y el estrés propicia estas alteraciones. Avelina
Pérez Bravo afirma que además de los estudiantes en periodos de exámenes
finales, “tenemos datos de familiares de enfermos de Alzheimer o
sujetos en fase de divorcio y en todos ellos se observa una disminución
de la función inmune (bien directa o indirectamente por el aumento de
expresión de herpes virus latentes).
Se han estudiado también sujetos en
procesos de duelo (un estrés muy grave en la escala de valoración de
acontecimientos vitales negativos) que se ha relacionado con un aumento
en la morbimortalidad, observándose una disminución de la respuesta de
linfocitos a mitógenos. Muchos de los estudios actuales se centran en
pacientes con VIH o cáncer”.
Al final concluye que las actitudes
influyen en el sistema inmunológico “produciendo cambios en la
distribución de células en el organismo, lo que influencia la respuesta
local a un agente patógeno, y alterando propiamente la respuesta
celular”. Ignacio Umbert, doctor en Dermatología, experto e investigador
sobre el estrés, la inflamación y la psiconeuroinmunoendocrinología,
del Instituto Umbert de la clínica Corachán de Barcelona, asegura que
“vivimos en un sociedad estresada y eso afecta negativamente al sistema
inmunológico y al sistema nervioso, que son los responsables de mantener
en equilibrio el funcionamiento de nuestro organismo”.
Quienes toman
conciencia de esta situación y cambian de actitud para neutralizar el
estrés pueden llegar a sufrir un 80% menos de enfermedades
cardiovasculares y un 73% menos de otras afecciones menores. Además,
segregan más hormana dehydroepiandrosterona (DHE, hormona de la
juventud), un 23% más en los hombres y un 47% más en las mujeres.
Por
eso Inés Sagué, responsable de la unidad de meditación de la Corachán,
explica que las personas que hacen meditación para cambiar actitudes
activan la glándula pituitaria e inician una respuesta hipotalámica que
reduce la segregación de la hormona cortisol, desactivando así el
sistema nervioso simpático, causante del estrés”. Es algo así como
buscar cierto equilibrio en las emociones y las actitudes. Pero no es
tan fácil.
Ester Torrella, médico y miembro de la asociación
de médicos para la investigación en Homeospagyria, asegura que la
actitud del paciente y su estado emocional “siempre son determinantes en
el curso de la enfermedad, independientemente de cómo esta se
resuelva”.
Y para eso hay que tener presente que la persona sana “es la
que mantiene un equilibrio armónico y ordenado entre los tres aspectos
que lo conforman: cuerpo físico o materia, mecanismos energéticos y
mente o cognición, interaccionando permanentemente con el mundo exterior
y la sociedad.
Cuando se agota la capacidad de respuesta en uno de
estos tres aspectos, se rompe el equilibrio e, irremediablemente, se
afectan los otros dos. Recobrar la salud implica, pues, recuperar el
orden y el equilibrio perdido”.
Fernando Casado, médico especialista en
medicina familiar y comunitaria, en Madrid, vicepresidente del Comité de
Ética para la asistencia sanitaria del área 6 de Madrid, coordinador
del equipo de atención primaria y miembro de grupos de innovación dentro
del sistema sanitario, explica que en el proceso de curación de una
enfermedad también es importante dar paso al sentido común y tener
presente que las propias dolencias del cuerpo pueden apuntar a qué
actitudes deberían cambiar para ayudar a sanarlo.
¿Una
tontería? Según Mario Alonso Puig, médico especialista en cirugía
general y del aparato digestivo, Fellow de la Harvard University Medical
School y miembro de la NewYork Academy of Sciences y de la Asociación
Americana para el Avance de la Ciencia, no lo es, “aunque tampoco se
puede decir de forma tajante que una actitud cura. Hay personas que
pueden reconocer qué actitud cambiar y ser muy positivos... y aún así
fallecer. Y otras que tienen una actitud pésima ante una enfermedad
grave, sobrevivir.
Dicho esto, también es verdad que cada vez hay más
investigaciones que confirman que una actitud positiva tiene un impacto
positivo en el sistema inmunitario, por ejemplo, reduce el efecto nocivo
de la quimioterapia, mientras que la persona que se siente víctima del
destino se siente indefensa, aumentan los niveles de cortisol, de manera
que le perjudica o dificulta su proceso curativo.
Una persona con
estrés negativo (distrés) es capaz de alterar el sistema hormonal. En
cualquier caso, con las enfermedades no podemos hablar con una obsesión
de seguridad. Sólo podemos aumentar la probabilidad de que suceda algo.
Y
una actitud positiva y tranquila aumenta la probabilidad de que un
enfermo se cure”. Por eso asegura que si bien los medicamentos pueden
ser importantes, no lo es menos que los médicos “cuiden el aspecto
emocional, tratando a los pacientes de forma afable, cariñosa, acogiendo
sus sentimientos”.
Las emociones pueden ser un poderoso
elemento curativo y en términos económicos más barato. Aunque siempre
habrá factores que parecen escapar a la obsesión de controlar la
complejidad de los procesos de curación. Lo recuerda Deepak Chopra.
“Pese a nuestros esfuerzos por encarrilar debidamente el proceso de
curación, cuando falla, la medicina no sabe en qué consiste.
La curación
es un elemento vivo, complejo y holístico. La tratamos como podemos,
con nuestras limitaciones, y parece que ella se adapta a nuestra
ignorancia.
No obstante, ante lo inesperado, por ejemplo cuando nos
maravillamos ante una curación repentina y misteriosa de un cáncer
terminal, la teoría médica queda sumida en un total desconcierto, pues
comprobamos entonces que nuestras limitaciones sólo son artificiales”.
En definitiva hay muchos factores que entran en juego. Por eso los
expertos consultados también reconocen que se pueden aplicar los últimos
avances científicos para tratar una enfermedad y el paciente tener la
actitud más equilibrada y positiva posible y en cambio no superarla. Hay
algo que todavía se escapa a la ciencia y a la psique.