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viernes, 30 de julio de 2010

SER VEGETARIANO ¿BASTA?



El ecologismo es una corriente compensatoria en términos materiales. Es útil. Es efectiva. Pero puede resultar huérfana de impulsos internos que promueven en estos tiempos, transformaciones definidamente más radicales que los hábitos culturales.
  
Muchos movimientos llamados ecológicos o ambientales, presentan un practicismo que asiste el detenimiento de una proliferación absurda en la humanidad, respecto del consumismo, del desvío de los recursos energéticos, como de la educación sistemática de las masas humanas que emprenden grupos de poder con un fin desinformativo.

En otras palabras, es útil colaborar con el ahorro de los recursos energéticos por medio de la utilización de lámparas de bajo consumo de electricidad.

Es útil prescindir del uso de bolsas plásticas así como de elementos derivados de la industria del petróleo innecesarios para la vida humana.
   
Es útil manifestarse en absoluto desacuerdo sobre la caza y utilización como alimento de animales acuáticos en peligro de extinción sobre la faz del planeta.
   
Es útil desalentar la utilización de productos o sistemas que dañen el equilibrio atmosférico en todos los continentes buscando paliar los desajustes ya provocados en ese sentido.
   
Es útil también, ser vegetariano. Pero no basta. Ya no es suficiente.
Puesto que, si solo fuese asumido como un movimiento externo y no como el resultado de modificaciones internas -que imprimen su energía también en los niveles mas densos del ser-, no distaría mucho de representar una forma de protesta más, práctica, efectiva, útil, pero intrascendente.

El fundamentalismo es sumamente corrosivo en cualquiera de sus expresiones, debido a que requiere un sostenimiento prolongado en el campo de las ideas. Y muchas veces, el alimento para ello es forzado.
   
Una transformación profunda en el campo de la consciencia no requiere de apoyos mentales ni justificativos. Se sostiene por si misma, al espejar una energía supramental. Lo que se construye de afuera hacia adentro es siempre un revestimiento. Y obra como tapón.

Existen incontables teóricos, y muy pocos prácticos. Igualmente, de entre estos, muchos que hacen, pero pocos que son. Y poco ayuda hacer sin ser, pues sería inconexo. Estas manifestaciones deberían interdepender una de la otra; no existir separadamente.

 El vegetarianismo, o fitofagia, es para estos tiempos, una acción de inigualable repercusión. Pero si emergiese exenta del ser, solo obraría de forma superficial.
   
Si el “acto” consistente en prescindir de cadáveres para alimentarse no involucrase el pulimento del carácter, o la disolución de tendencias y conductas instintivas, pasionales o egoístas, como al mismo tiempo no se volviese terreno de expresión de patrones más elevados de vida, que fuesen el resultado de haber buscado primeramente transformarse, de forma íntima, para después –como en un diapasón perfecto de energías- trocar afuera lo que dentro ya es una realidad, aquel acto, el de prescindir de cadáveres para alimentarse –aunque relevante en si mismo- no sería mas que el prescindir de cadáveres para alimentarse. Extrínseco como movimiento, y de resonancia moderada para el planeta.

No volvernos partícipes del asesinato de animales es sumamente importante en esta época, mas también lo es el no condecir la misma actitud ante la existencia que propagan aquellos que exterminan en nombre de la indiferencia y la desidia.
   
La abulia con que los seres asumen su existencia es el causante del holocausto animal. Detener el holocausto –aunque mas no sea en parte-,  sin “exterminar” la abulia, resulta inconexo como expresión. Como lo sería caminar sin avanzar, o dar forma sin construir.
   
Lo que centuplica día a día la masacre animal no es la super población humana, casi irreversible hoy, sino la soberbia generalizada. Este homicidio no toma consistencia por la alterabilidad de la mayoría de los vegetales comercializados, sino que es efecto del desmedro generalizado por la vida. La individualidad generalizada. La ambición generalizada. La superficialidad generalizada.
   
La industria frigorífica no se cimienta en la supuesta insensibilidad de los animales, sino en la evidente insensibilidad de los hombres. En su cinismo. En su mezquindad. En su promiscuidad. En su fanatismo. En su rigidez.
   
Ni es la inaccesibilidad a las informaciones que demuestra –hecho por hecho- el gravamen que imputa a la humanidad estos actos, causa del carnivorismo masivo, sino la inaccesibilidad –por dispersión e identificación con las fuerzas materiales- a las energías internas, las cuales si fluyesen, derramarían cura, elevación, armonía, amor.
  
La utilidad de un movimiento, es innegable. Más, la futilidad también lo es, en cuanto el mismo solo fuera resultado de una intención racional, y no de un impulso genuino, internamente respaldado. Así lo dictamina la Ley, en este universo donde lo que está “abajo” es – o debería ser- perfecta expresión de lo que está “arriba”.

Un acto ecológico legítimo involucra mucho más que refrenar hábitos de consumo. O que fomentar la preservación ambiental. Un acto ecológico legítimo debería contener mucho más que una reprensión moral.
   
El cultivo de pensamientos puros, la exigüidad de emociones desbordadas, actos desprovistos de caprichosidad son los parámetros más consistentes sobre los cuales encontraría el ecologismo un marco adecuado de expresión. No solo proclamar la pureza del aire, unilateralmente. Un ecosistema abarca una biota compuesta por elementos físicos, pero también psíquicos, y colectivos, que requieren un justo tratamiento.
   
Estamos ante la oportunidad de desenvolver un “activismo interior”. No desdeñando el valor de lo que externamente pueda realizarse. Sino generando una sumatoria de factores. Existiendo, de forma integral.
   
Labor, que de connotaciones morales solamente, se octava ascendentemente. Se vuelve espiritual en sus bases. Los seres, como comprometidos agricultores, aprenden así a sembrar entretanto desmalezan. Dispersan semillas de renovación mientras, sin cesar, también expurgan.

Algunas personas exclaman que el carnivorismo es analéptico. Es decir, que auxilia a reponer el desgaste físico de manera puntual. Argumentando incluso una saciedad que los vegetales no proporcionarían. Pero, en rigor, aquello es únicamente el producto de un narcótico masivo, propio de una información desviada.

El consumo de cadáveres tiene aparentemente un aval médico, científico y hasta religioso cuando en esencia su perdurabilidad se origina en el pacto con las fuerzas materiales que el ser humano aun sustenta. Por ejercer el libre albedrío con terquedad. Por imponer su dominio “animal” sobre quienes necesitan, paradójicamente, un tratamiento humano. Por comodidad. Por inercia. Por cumplir su voluntad individual y aislada, sin medir costos siquiera. De ello se erige el asesinato vacuno, porcino, equino y de incontables especies animales. Del culto a las falsas necesidades.

 El carnivorismo es anacrónico. Aunque más fuera de tiempo y lugar, es la actitud con la que el ser humano desenvuelve su existencia.

 Ser vegetariano no basta, debido a la ruindad de los cimientos. Ser ecologista no basta, porque la contaminación es más amplia que en la medidas convencionalmente estudiadas. Más fuertes que las tormentas desgarradoras de un tifón inesperado, son las emanaciones psíquicas, atestadas de agresividad. La humanidad irrumpe así los estratos sutiles del planeta arrojando los desperdicios de sus perversiones y bajezas. Si en la ciencia existiese flexibilidad, podría reconocerse por ejemplo, este tipo de concatenaciones.

 En un campo de batalla, los guerreros osan en lucha. Pero no son sus instrumentos los que definen la victoria, sino los pormenores de su conducta.

Si tras el vegetarianismo, aun asomasen frivolidades, una dieta sería vana. Si aun prescindiendo de cadáveres en su alimentación, los principios superiores yaciesen aniquilados, una dieta sería vana.
   
Sostener vicios y comportamientos que refractan la luz, a pesar de la alimentación diferir, no posee una diferencia substancial de la idiosincrasia de aquellos que, en el otro extremo, ponen en sus platos, restos mortuorios.

El vegetarianismo es necesario. Muy necesario. Es indispensable, como ejercicio. Innegable, como acción. Infalible, como régimen. Es noble, en términos filosóficos. E ineludible, como movimiento que contrarresta el exterminio insensibilizado de la vida. Más no basta en estos tiempos. No alcanza a transformar lo que con urgencia es solícito transformar, en cada individuo.

Una colaboración especial de Janik  para Buenasiembra
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MAS INFO: http://buenasiembra.com.ar/salud/alimentacion/el-vegetarianismo-puede-terminar-con-el-hambre-en-el-mundo-313.html

1 comentario:

Ely dijo...

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