La Apiterapia es la ciencia que se ocupa del mantenimiento y/o restablecimiento de la salud mediante el uso de los productos de la colmena.
A nivel de círculos científicos internacionales es reconocida como tal: Una ciencia. En Argentina aún no estamos a ese nivel y padecemos el título de “curanderos” quienes en la Apiterapia estamos.
La simple definición de esta rama de la ciencia va más allá del concepto práctico de medicina diaria que manejan médicos y pacientes; ya que el concepto de prevención (en este caso mantenimiento de la salud) es manoseado hasta el cansancio pero nunca practicado.
Es obvio que desde el punto de vista económico del médico, pensar que sus pacientes no se enfermen es perder clientela.
El modelo práctico-económico de consulta que han propuesto en la práctica las multinacionales es tan funcional que el promedio de tiempo por paciente en Argentina baja de los seis minutos.
No entran en esta práctica diaria los consejos más útiles que los fármacos; como una correcta dieta, una adecuada cantidad de actividad física, tiempo para esparcimiento, y aunque parezca risueño como limpiarse la nariz o la cola.
No es tan risueño, dado que por ejemplo la mayor cantidad de sinusitis de la práctica diaria son por no saberse sonar la nariz.
Las parasitosis vaginales en las niñas son por limpiarse mal la cola; y se podría seguir más, pero no hace a la esencia de este texto.
Por otro lado (y a favor de los médicos) está la actitud del paciente, que entrega su maltratado cuerpo y su agotada psiquis como si fuera un paquete del cual no es responsable, para que, desde afuera (el médico) con su magia (los fármacos) le solucione hasta sus problemas económicos.
Están fuera de cuestión cosas tales como los hábitos tóxicos, cigarrillo, café, mate, alcohol y varios más. Nadie quiere optar por una dieta que lo beneficie, se alega falta de tiempo para esparcimiento y actividad física. Sólo se demanda que la ciencia (para eso es ciencia) le dé una solución mágica a su vida.
Ello, hasta la fecha y de mi conocimiento, no existe. Tanto la solución como la creación de los problemas pasan por cada individuo, ayudadas en muy pequeña medida por los factores externos.
Si transamos en que hay factores externos inmodificables, con más razón aún debemos ser los autores de lo que sí está en nuestras manos modificar.
Si aún así estamos en pérdida, no malgastemos nuestro tiempo, esfuerzo e ilusiones en vanas esperanzas y dediquémonos a gozar de lo poco que le quedaría a nuestras arruinadas vidas.
La Apiterapia se ocupa también de la parte estética, teniendo una gran gama de productos cosmetológicos.
Ello no es tan importante desde el punto de la salud, pero si lo es desde la actitud diaria que tenemos todos los seres humanos hacia nuestro aspecto. Nuestra piel es nuestra primera carta de presentación ante quien conocemos, y las pautas sociales actuales dan a esto un nivel principal.
Equivocadamente la publicidad nos lleva por donde ellos quieren y debemos cumplir con el modelo pautado artificialmente. Quien no entra en él, no existe.
Se discrimina a los obesos, a los calvos, a la gente de edad y muy sutilmente al enfermo que lo demuestra.
Para lograr estos fines se publicitan un sinfín de productos que en gran parte de los casos son absolutamente ineficaces. Ello por varias causas: La primera y evidente es porque ofrecen milagros (cosa vedada a la ciencia y a la industria).
La segunda porque se espera vender en base a productos y/o elementos ya conocidos atribuyéndoles virtudes que no poseen.
Y la tercera (por hacerlo corto) es que en su formulación no intervienen los ingredientes de la etiqueta o estos son ineficaces por la vía usada para su administración.
Estos sucesos también se dan con los productos “naturales”. No hay seguridad alguna de que quien procesa o elabora productos de la “onda verde” o de apiterapia no esté pecando de fraudulento o de ignorante. ¿Cómo saberlo?
Casi para esta pregunta no hay respuesta. Siempre nos equivocamos y aprendemos del error. Se puede minimizar este.
En el caso de la Apiterapia, y salvo raras excepciones hay respuesta rápida a todos los productos. De no existir esta, sabremos que el producto no es genuino.
Es importante tener en cuenta que si bien la mayoría de los productos usados en apiterapia tienen aplicaciones múltiples, éstas son específicas; y el uso empírico fuera de ellas no asegura más que un efecto placebo.
O lo que nosotros queremos ver, aún cuando el espejo de la realidad diga otra cosa.
En el futuro desarrollo de los temas se tendrá en cuenta solamente aquello que ha sido demostrado a nivel científico y corroborado a nivel clínico. Sobre Apiterapia y los productos de la colmena existe suficiente investigación como para llenar varios libros.
En este pequeño tramo transcurrido, ya se ha leído varias veces la palabra salud; que nunca la podemos despegar del otro vocablo: Enfermedad. ¿Qué es salud? ¿Qué entendemos por enfermedad?
Simplemente, esto es algo que no nos planteamos casi nunca. Creemos que si no tenemos síntomas de nada, estamos sanos. Y por contraposición, si alguna dolencia nos afecta, estamos enfermos. Casi siempre creemos que salud es no estar enfermo.
Si bien es cierto que las definiciones no son muy agradables al oído humano; hay veces que es necesario definir algo para que sea más tangible, intentar conocerlo y por ende poder interactuar (transformar) ese algo.
Hasta ahora mucha gente que pasa sus días intentando gloriosas definiciones de algo para pasar a la historia, no pudieron dar una definición completa de salud. Ya no se puede hablar sólo de ausencia de enfermedad.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), “La salud es el completo estado de bienestar físico, psíquico y social, y no solamente la ausencia de enfermedad”.
Bueno, la entidad madre mundial la definió así, quizás para no complicarse la vida con un tema que no era práctico. Pero, de acuerdo a esta definición, por ejemplo una persona con inestabilidad laboral
(o desocupado) ya es enferma. Quien esté libre de problemas económicos, sin síntomas y con dolor de cabeza de tanto gritar de alegría, también estaría enfermo. Una persona con frío o con calor, o con una piedrita en su zapato, también sería un enfermo.
Parece difícil el tema, pero aún lo puede ser más.
Decía Iván Illich en su Némesis Médica “Toda enfermedad es una realidad creada socialmente.
Su significado y la reacción que evoca tienen una historia. El estudio de esa historia puede permitirnos entender el grado en el que somos prisioneros de la ideología médica en que fuimos formados”.
O sea que; para hacerla corta, estamos o no enfermos (o sanos) de acuerdo al médico que nos atiende, y su formación ideológica. Si se lo piensa un quinto de segundo, esto es cierto.
Quizás lo más completo que he encontrado y copiado sea útil a fin de conocer más sobre nosotros mismos. Insisto; no es perfecto pero es lo mejor que hallé.
Viene de un viejo curso de Salud Mental (quizás la disciplina que más se aproxima al hombre) donde la filosofía y la sociología, junto con la antropología y el psicoanálisis eran más mencionadas que cualquier fármaco.
“La salud es una cualidad positiva del vivir que se manifiesta como una capacidad básica de desarrollo y perfeccionamiento psico-fisio-físico, personal y con ello el desarrollo y perfeccionamiento de la sociedad en que vive (el individuo).
Resulta de la permanente interacción modificadora, entre el sistema genético de la población, el sistema ecológico que ella integra y el sistema social que ella crea, sostiene y modifica”.
Respirar hondo y comenzar a desgranar esto que no es el alimento con el que nos habían acostumbrado.
De entrada nomás se la menciona como cualidad, o sea que es intangible. Por definición no puede entonces haber vendedores de salud y nadie de afuera nos puede decir a simple vista de que estamos enfermos (o sanos). ¿O si?, vaya embrollo.
Si a mi me duele la cabeza, para la medicina oficial estoy enfermo. Pero, al ser una cualidad puedo restarle importancia y cumplir con la segunda parte (el desarrollo y perfeccionamiento).
Entonces, salvo que haya una gran pérdida de masa encefálica o deba cambiar mis hábitos de vida; sólo yo estoy capacitado para saber si estoy sano (por ahora).
De entrada nomás se la menciona como cualidad, o sea que es intangible. Por definición no puede entonces haber vendedores de salud y nadie de afuera nos puede decir a simple vista de que estamos enfermos (o sanos). ¿O si?, vaya embrollo.
Si a mi me duele la cabeza, para la medicina oficial estoy enfermo. Pero, al ser una cualidad puedo restarle importancia y cumplir con la segunda parte (el desarrollo y perfeccionamiento).
Entonces, salvo que haya una gran pérdida de masa encefálica o deba cambiar mis hábitos de vida; sólo yo estoy capacitado para saber si estoy sano (por ahora).
Ahora bien, ¿cuál es el ideal de sociedad que yo tengo que desarrollar y perfeccionar? ¿La que tenemos y aceptamos porque no podemos cambiar en un tris? O ¿la que deseamos pero es utópica? Aquí estamos todos enfermos.
Si aceptamos nuestra actual sociedad y modo de vida, estamos completamente locos. Si no la aceptamos somos enfermos a plazo fijo que rumiamos nuestra decepción y resentimiento durante las 24 horas del día.
La sociedad actual no permite un desarrollo y perfeccionamiento psico-fisio-físico y personal (salvo raras excepciones). Si lo permitiera en forma masiva no duraría la sociedad actual.
La segunda parte de la maldita definición nos mete en algo dinámico: La salud no está quieta; como no lo está ni la sociedad ni el medio ambiente.
Lo único quieto es el sistema genético que cada uno trae desde la cuna; pero éste sólo se va a hacer notar para mal. Nadie que se considere sano piensa que es por su genética superior; y espero que esto no se vuelva a pensar como en el pasado.
Hasta aquí sólo se puede inferir que no hay nadie sano; y el que así lo crea es candidato al manicomio.
Pero, atención, que si individualmente podemos optar por un desarrollo y perfeccionamiento
(aquello que en 1790 Hanneman definió como “cumplir los más altos fines de la existencia”) podemos considerar que estamos sanos; aún cuando los últimos párrafos le hayan aumentado el dolor de cabeza.
Generalmente vemos que se divide a la salud en pública o privada. O hay salud o no hay; pero es una sola. Salud pública es sinónimo de deficiencia, de bajos recursos y a veces de mala atención; cuando salud pública debería ser una frase que solo se refiera a las políticas de salud.
Estas políticas no dependen del médico, del farmacéutico, del bioquímico, del odontólogo o del radiólogo. Dependen de los status de poder, se llamen gobernantes, multinacionales o intereses de cualquier tipo, pero que nunca coinciden con los del interesado (la gente).
Piense usted que antes de que termine de leer este libro (si aguanta y lo hace rápido), 8 personas habrán muerto en accidentes de tránsito, más de 20 se habrán contagiado de chagas, en Argentina, más de 3000 niños habrán muerto en el mundo por causas evitables.
Piense que con lo que se gasta en el mundo en armas en un minuto, habría para alimentar a la población pobre (más del 40% de 6000 millones) durante un año.
Existe -no es novedad- una pésima distribución de los recursos en salud (a nivel estatal) básicamente -si prescindimos de las intenciones- porque no se sabe que es ni hay conciencia de salud. Se mide la morbimortalidad y se dan tasas.
Los estresados, los subalimentados, los desocupados, no integran las tasas de salud ni los indicadores; pese a que son los enfermos del mañana. Eso sí; como a tales se los cuida y se hace lo imposible para que permanezcan así.
Si los accidentes de tránsito son en su mayoría por imprudencia y/o negligencia; y si en nuestro país es normal la transgresión y el ser hijos del rigor; pregunto ¿los accidentes en ruta -la mayor cantidad- no disminuirían ostensiblemente si hubiera patrullas camineras?
Esto lo vemos como norma en la televisión que nos muestra aquellos países que admiramos y envidiamos, pero no imitamos, al menos en las cosas buenas.
Si el chagas es perfectamente controlable a través de su vector (la vinchuca); ¿por qué no se implementan los planes de erradicación que llevan varias décadas dormidos en el cajón de algún burócrata?
Claro, si se hiciera lo correcto se saldría de una medicina asistencialista y mucha gente y empresas perderían lo que a través de los años han ganado con el sudor y el sufrimiento de otros. Se permite el rebrote de la patología. Se la espera cuando ya actuó, no se la sale a buscar.
...
Luego del estado, a nivel institucional, siguen los medios de difusión.
Si desde allí se encarara la tarea de prevención, el trabajo sería bastante fácil. Pero esto es mucho decir, ya que gran parte de los anunciantes son transnacionales del rubro de la salud (¿o enfermedad?) que hacen su mayor negocio en base a la ignorancia de la mayoría. Pero si no trabajan a favor, al menos que no lo hagan en contra.
La publicidad de medicamentos debería ser prohibida (o a lo mejor lo está, pero no se cumple). Deberían desaparecer todos los productos milagrosos para obesidad, calvicie, várices, etc, etc. que no sólo mienten a la gente ofreciendo milagros y lucrando con sus esperanzas, sino que también crean (o ayudan a crear) a los parias y discriminados por su aspecto o tamaño.
Luego del estado, a nivel institucional, siguen los medios de difusión.
Si desde allí se encarara la tarea de prevención, el trabajo sería bastante fácil. Pero esto es mucho decir, ya que gran parte de los anunciantes son transnacionales del rubro de la salud (¿o enfermedad?) que hacen su mayor negocio en base a la ignorancia de la mayoría. Pero si no trabajan a favor, al menos que no lo hagan en contra.
La publicidad de medicamentos debería ser prohibida (o a lo mejor lo está, pero no se cumple). Deberían desaparecer todos los productos milagrosos para obesidad, calvicie, várices, etc, etc. que no sólo mienten a la gente ofreciendo milagros y lucrando con sus esperanzas, sino que también crean (o ayudan a crear) a los parias y discriminados por su aspecto o tamaño.
Finalmente, en nuestra sociedad ideal donde el estado es eficiente y los medios colaboran con él y la población, sólo falta el aporte individual.
La noción y conciencia de salud de cada uno, el trabajo, el aporte diario para nuestra salud y la de las próximas generaciones son tan importantes como el estado y los medios de comunicación.
Otra cuestión que no siempre se toma con seriedad son los métodos diagnósticos. Se dice que la medicina avanzó mucho porque ahora uno tiene el nombre y las cifras de lo que lo matará. Se avanzó en diagnósticos mucho más que en tratamientos; y a la vez -con esto- se perdió más de vista al ser humano.
Existe un amplio porcentaje de la población que se resiste a pasar por algún método diagnóstico. Parte porque no desean (o temen) que se les diga que tienen algo malo y parte porque descreen de ellos.
Ahora bien, si consideramos al otro grupo; tanto los que si creen como el de los médicos que los solicitamos y creemos ciegamente en ellos, debemos tener claro o saber al menos cual es su fiabilidad. Aquí debemos entrar en el área de los números y de la estadística.
Hay que partir de una base “normal”. Pero quién o qué determina cual cifra es o no normal para cada individuo.
Si el pedido de análisis incluye seis determinaciones; hemograma y orina completa ya superan esta cifra, y falta glucemia, colesterolemia y eritrosedimentación (sin pedir mucho); encontramos que ya el margen quedó en 73.5%.
O sea que en el más sencillo pedido de análisis, el paciente tiene más de la cuarta parte de posibilidades de ser declarado enfermo sin serlo y viceversa.
No pensemos en que cuando una cifra de laboratorio está mal, el reflejo del médico (y lo que espera el paciente) son más análisis. Esto aumenta las posibilidades de error.
No se reniega de los métodos de diagnóstico; sino que se los ubica en su real lugar.
Antiguamente el médico de familia; ante un mal resultado daba una dieta, control riguroso de la forma de vida y repetir luego lo que había salido mal. Esto era un sistema que minimizaba el error. Hoy casi no existe.
En la universidad (cualquiera de ellas) aprendimos que sólo debíamos pedir un estudio ante la presunción diagnóstica; y no esperar que los análisis nos dieran el diagnóstico. Nos cansamos de escuchar aquello de que “el que no sabe lo que busca, no entiende lo que encuentra”.
La Asociación Médica Argentina (AMA) en su curso de Medicina Familiar y Atención Primaria (Módulo 1), da una serie de pautas que deberían ser tomadas en cuenta y que son:
Antes de solicitar un estudio se debe determinar groseramente la posibilidad de que la enfermedad esté o no presente.
Cuando es muy difícil que exista una enfermedad, un resultado positivo será generalmente un falso positivo.
Cuando es muy probable que exista una enfermedad, un resultado negativo es generalmente un falso negativo.
Para descartar una enfermedad es necesario un resultado negativo de la prueba con alta sensibilidad. Se debe también hacer uso de los valores predictivos negativos.
El confirmar una enfermedad requiere un resultado positivo de la prueba con alta especificidad (pocos falsos positivos). Se deben también usar los valores predictivos positivos.
Todo médico debe preguntarse si el resultado del test a solicitar modifica su diagnóstico, pronóstico o tratamiento. Si no es así, no se debe solicitar la prueba.
Para minimizar el riesgo de los resultados falsos negativos, se debe limitar el uso de las pruebas de rastreo a las personas con factores de riesgo u otro dato que aumente las posibilidades de padecer la enfermedad.
Para las enfermedades desconocidas se debe limitar el rastreo o las pruebas a las siguientes situaciones:
La enfermedad es importante o no debe ser pasada por alto.
Existe tratamiento para la mencionada enfermedad.
La prueba a realizar tiene alta sensibilidad y especificidad.
Existen medios prácticos para separar los verdaderos positivos de los falsos positivos.
Cuando la evaluación sugiera nuevas pruebas diagnósticas, hágase las siguientes preguntas:
¿Cuál es la sensibilidad de la prueba en los individuos presintomáticos u oligosintomáticos?
¿Cuál es la tasa de falsos positivos en enfermedades estrechamente relacionadas con la que sospechamos?
Resumiendo, si antes no tenía claro de que se trataba la salud; ahora menos. O ya se enfermó. Pero esta es la realidad y no una opinión. Entenderla y aceptarla forma parte del camino a la salud, entendiendo también que la salud es la resultante de cómo vivimos y no de tal o cual fármaco, ni siquiera de los apiterápicos.
Dr. Julio César Díaz, setiembre de 2010 - www.apiterapiadrdiaz.com