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jueves, 9 de junio de 2011

Albert Schweitzer: El Oganga ( “El que sana”.)


Lambarena – Bach to Africa



G
abón, al oeste de África, es uno de esos países en los que las dificultades de ser parte del tercer mundo sobrepasan la imaginación. Un cosmos de culturas hierven en una región duramente golpeada por el olvido de un mundo globalizado.

Pero si bien las diferencias que causan 42 etnias viviendo en una sola área geográfica son enormes, existen historias como ésta que nos hacen recordar la capacidad humana de sobrevivir a la decadencia de valores, a la guerra y las abyectas creaciones políticas.

42 etnias al oeste de África dejan de lado sus diferencias creando un ambiente pleno de grandes interpretaciones en un homenaje lleno de simbolismos, contenido y mensajes que he escuchado en años. 42 etnias al oeste del África le rinden homenaje a un alemán.

Albert Schweitzer: El Oganga



A
lbert Schweitzer fue un médico, filósofo, teólogo, y músico alemán nacido en 1875 en la parte alta de la región de Alsacia al oeste de Alemania y frontera con Francia, cuya fascinación por el mundo de Bach comienza desde su infancia, en un viejo piano en la casa donde vivía, llevado a través de los primeros preludios, fugas e invenciones de la mano de su padre.

Estudio teología, y siendo profesor de la cátedra en la Universidad de Estrasburgo se matriculó en la facultad de medicina.

Siendo joven, la percepción feliz del mundo le fue borrada de la memoria cuando visitando el pueblo de Kolmar vio la estatua del almirante Bruat, un navegante que realizó conquistas coloniales para Francia, erguida y altiva con sus condecoraciones y su bicornio teniendo a sus pies, rendido y humillado, a un negro de expresión triste.

Años después Schweitzer citaría este episodio marcándolo como punto inicial de su increíble experiencia en tierras africanas.

Elena Bresslau fue su compañera de toda la vida, con quien se casó y compartió la profesión, el corazón y las ideas. Ambos se embarcaron para África en 1913, obedeciendo el impulso del alemán por el desamparo a estas tierras. El país escogido para entregar sus esfuerzos fue Gabón.

Juntos combatieron contra la naturaleza, la falta de recursos, la desconfianza de los nativos y la resistencia de los colonos franceses, instalando un pequeño hospital en Lambarena, al suroeste de Libreville, donde trató y atendió literalmente a millares de pacientes.

Tomó a su cargo el cuidado de centenares de leprosos y trató muchas víctimas de la enfermedad africana del sueño.

Lo llamaban El Oganga, que significa “El que sana”. En pocos años logró sentar bases sólidas y ganarse la confianza de los gaboneses, para que en 1917 las autoridades Francesas (cuando no) ordenaran prisión y deportación para Schweitzer y su esposa.

Después de meses de prisión en Francia y Suiza, son liberados y regresan a Alemania donde nace su hija Rhena.

Schweitzer era músico, su pasión por la música de Bach lo llevo a ser reconocido como un gran organista, y su interpretación de la obra de Bach basada en su filosofía y en las intenciones religiosas del compositor alemán han sido redescubiertas por interpretes contemporáneos que han generado mucha influencia en la manera como vemos a este compositor en la actualidad.

De regreso en Europa, comenzó a realizar giras de conciertos por Alemania persiguiendo su deseo de regresar a África a reconstruir lo que probablemente el tiempo, la estupidez de los franceses, la falta de recursos, la selva y el olvido habían sepultado.

Las giras fueron un éxito, y con recursos obtenidos en varios lugares de Europa se embarcó nuevamente en 1924 al Gabón. El “Oganga” blanco que aliviaba sus dolores había regresado.

Su trabajo fue apoyado por varios extranjeros que, además de financiarlo, lograron viajar a África a colaborar directamente con el proyecto. La segunda guerra mundial nunca tocó el pequeño hospital de Lambarena.

Schweitzer pudo mantenerlo junto con el poblado lejos de los litigios. El intercambio de extranjeros hizo que muchos se interesaran en el trabajo en Lambarena.

En 1948 regresó a Europa y por primera vez viajó a los Estados Unidos.

A pesar de que Schweitzer no lo sabía, su trabajo ya era reconocido por muchos, la prensa de Chicago lo recibió en medio de una apoteosis.

En 1952 le fue concedido el Premio Nóbel de la Paz por su trabajo en Lambarena, por la felicidad dada a los otros, por esa vida ejemplar, modesta y silenciosa.

Murio en Lambarena, en el mismo hospital que logró levantar años atrás, en septiembre de 1965.

Lambarena: El disco



E
sta historia se renueva en manos de Mariella Berthéas y de La Fondation Espace Afrique que asiste directamente actividades culturales en el Africa además de otras que tienen que ver con el desarrollo de la región.

Los llamados a esta mesa fueron Hughes de Courson, compositor y productor francés encargado de armar la arquitectura clásica del proyecto, y Pierre Akendengué, autor, filósofo y guitarrista gabonés que trabajó las armonías de esta nación africana.

Después de meses de preparación, los 10 conjuntos de música del Gabón que Pierre Akendengué había escogido para que participaran en Lambarena, viajaron a París para reunirse por casi cien días en el estudio de grabación con intérpretes de música clásica occidentales así como con los músicos argentinos de tango y jazz Osvaldo Cala y Tomas Gubitsch y con los percusionistas Sami Ateba y Nana Vascocelos.

El mundo de Schweitzer compuesto por la música de J.S. Bach y los ritmos, melodías y sonoridades de su querida Gabón fue plasmado en 14 tracks de una belleza única, no solo por el uso de las sonoridades africanas junto a un excelente y juicioso uso de la música de Bach, sino por el tejido realizado, un trabajo que definitivamente gana el oído en los primeros minutos del CD.

Los cantos de Gabón, las voces de África junto a los corales de Bach, las texturas se entremezclan en un único y maravilloso punto, un Premio Nóbel de la Paz para J.S. Bach y para un lejano lugar en el África Central llamado Lambarena.

La visión del mundo de Schweitzer estaba basada en su idea de la Reverencia por la vida, algo que él sostuvo como su mayor y más simple contribución a la humanidad. Este disco no hace otra cosa que hacer la banda sonora de un viaje que comenzó en el siglo XIX y que termina en nuestra propia conciencia de que el respeto por la vida, como resultado de la contemplación en la propia voluntad consciente de vivir, conduce al individuo a vivir al servicio de la gente y de cada criatura viva.





1 comentario:

Ed dijo...

Gracias por la mención a mi post, muy agradecido, pero te agradecería que evites el hotlinking de imagenes, ya sabes, por Netiquette. :)

Ed Málaga